El año pasado comencé mis estudios en Psicología, durante una clase nos presentaron una dinámica, debíamos cerrar los ojos, no pensar en nada y simplemente dejarnos guiar. La idea era «sanar» a nuestro niño interior y básicamente nos pedían visualizarnos en nuestros primeros años de vida, la semana anterior se nos había asignado una tarea en la cual teníamos que hacer una lista de los hitos importantes de nuestra infancia, debíamos añadir fotografías así que me puse a desempolvar los álbumes fotográficos, para ser sincero, nunca he sido de revisar las fotos, aunque pudieran pensar lo contrario no soy una persona a la que le guste tomarse fotografías, aunque hay momentos en que lo intento.
Dentro de los álbumes fotográficos me encontré con algunas fotos que realmente ni siquiera recordaba haber visto alguna vez y una llamó por completo mi atención, tenía cinco años, me encontraba en el mar, sentado en la arena y sonriendo, haciendo una seña como de «¿Qué pasa?» seguramente vi a mi padre tomándome la foto y esa fue mi reacción. Esta foto me gustó demasiado, por una parte porque aunque me gusta el mar, nunca aprendí a nadar por un par de experiencias negativas que me hicieron sentir miedo, así que se me hizo curiosa esa fotografía ya que fue algo así como «imágenes antes de la tragedia» jajaja, en ese momento simplemente no tenía miedos. Por otra parte, el gesto con la mano y la sonrisa fue algo que me conmovió porque creo que hasta la fecha es algo que sigo haciendo. Pero bueno, ¿A qué viene todo esto?
Pues cuando llegó la dinámica con el grupo, en la que debíamos visualizarnos cuando éramos niños, simplemente pensé en esa fotografía, y no tanto porque era una foto que se encontraba «fresca» en mi memoria, simplemente porque me encantó (De hecho al poco tiempo la imprimí y ahora la tengo en mi escritorio, una especie de recordatorio.)
En la dinámica debíamos visualizarlo, prestar atención a lo que estaba haciendo, por supuesto, yo me remonté a ese momento, esa foto solo me decía algo, el Andrés de cinco años estaba feliz y sin preocupaciones. En este punto de la dinámica ya comenzaba a ponerme sentimental, de hecho es posible que lo esté ahora, jajaja, pero la parte más emocionante y por supuesto, complicada, fue cuando nos pidieron que pensáramos en lo que le diríamos a ese niño, a nuestro yo en sus primeros años de vida.
Yo debí decirle algo como «No te preocupes tanto, que todo estará bien», «Sigue sonriendo», «No tenga miedo», y posiblemente un «No permitas que los conceptos equivocados del amor te jodan la vida», jajajaja. La dinámica terminó con unas palabras muy bonitas de nuestra profesora «Ese niño, al que hoy han visto, sigue con ustedes, es su niño interior, es su deber cuidarlo». Para mí tuvo un significado muy importante esa dinámica, más allá de pensar en esos primeros años de vida en los que uno ignora muchas cosas y por ende es feliz, me hizo reflexionar acerca de la importancia que tiene cuidarnos a nosotros mismos, de las veces en que nos olvidamos de hacernos felices, de darnos amor.
Ese niño que visualicé no tenía complejos, no se rechazaba, no dudaba, no tenía preocupaciones, ¿En qué momento fueron cambiando las cosas? ¿En qué momento empezamos a acomplejarnos? ¿Cuándo dejaron de importarnos las pequeñas cosas? Entiendo las responsabilidades que vamos adquiriendo al volvernos adultos y que eso de alguna manera nos trae estrés, pero ¿Qué hay del niño interior? Ese que simplemente quiere disfrutar la vida, reír, olvidarse de las preocupaciones. En ese momento de mi vida, pensé «Andrés, perdóname, prometo esforzarme por ti, por cuidarte, por hacerte sentir orgulloso.» y por esta razón quise redactar este artículo, para que te preguntes ¿Qué le dirías a tu yo de la infancia? y pedirte que no olvides a ese niño interior.
¡Gracias por leerme!